Lo que los sellos no siempre logran explicar

Lo que los sellos no siempre logran explicar

Sellos de advertencia 

Lo que los sellos no siempre logran explicar 

El etiquetado frontal es una estrategia de salud pública diseñada para informar de manera clara y visible a los consumidores sobre nutrientes críticos como el azúcar, sodio y grasas saturadas presentes en exceso en los alimentos procesados. Su objetivo es guiar al consumidor hacia decisiones de compra más conscientes y saludables, especialmente en un contexto donde las enfermedades crónicas relacionadas con la alimentación siguen en aumento. 

En Colombia, esta medida se materializó con la Resolución 810 de 2021, que definió cuándo un producto debía llevar el sello de advertencia. Su implementación comenzó en 2022 y, desde ese momento, las empresas ajustaron sus etiquetas y, en muchos casos, modificaron sus fórmulas para evitar la advertencia. Sin embargo, la norma no se ha mantenido igual: en 2024 los parámetros se hicieron más estrictos, y esto hizo que algunos productos que antes no tenían sello ahora sí deban llevarlo, aun cuando su composición no haya cambiado. 

La implementación de estos sellos ha tenido efectos colaterales que muchas veces no se consideran. Es común que los productos que llevan uno o más sellos sean estigmatizados, es decir, juzgados como “malos” o “perjudiciales” sin que el consumidor analice que el impacto real en la salud depende de la frecuencia con la que se consumen, la cantidad y el contexto de la dieta total. 

En la práctica, algunos alimentos que han acompañado a las familias durante generaciones han visto caer su consumo solo por la presencia del sello. Chocolates, galletas, quesos maduros o bebidas tradicionales, que antes eran parte de reuniones o pequeños momentos, ahora son menos elegidos por temor a “comer algo malo”. 

Para la industria, esto implica un reto importante. Muchas empresas han optado por reformular sus productos para evitar los sellos, lo que significa ajustar ingredientes clave. Este cambio, aunque bien intencionado, puede modificar aspectos esenciales: como la textura o sabor característico. Incluso, en algunos casos, disminuye la sensación de saciedad que el producto ofrecía antes. Y si el consumidor percibe que “ya no sabe igual”, es probable que deje de comprarlo.

Hoy, la alimentación necesita equilibrio, no extremos. No se trata de demonizar productos por un sello, sino de entender el panorama completo. Como consumidores, tenemos el poder de informarnos y elegir con inteligencia. Y como industria, el reto está en encontrar ese punto medio donde un alimento pueda

 Ser sabroso, nutritivo y transparente. Porque al final del día, más allá del sello, lo que importa es la relación que construimos con lo que comemos.